Jerusalén constituye el punto focal de este Evangelio: representa un término en tres ocasiones: infancia (2,41-52), tentaciones (4,9-12) y vida pública de Jesús (19,47-21,38), pero es también el punto de partida del éxodo mesiánico (9,31; cf. 13,33).
Insiste Lucas en cuáles deben ser las actitudes del discípulo: amor al prójimo en vez de observancia formalista de la Ley (6,6-10; 14,1-6); pero el prójimo no es un concepto legal, la relación que hace prójimo hay que crearla (10,29.36s); esta actitud es la central (6,27-39) y su relación concreta se llama servicio (9,46-48; 12,42-48; 22,24-27). Amor y servicio son la única grandeza y la única autoridad en un reino (la nueva sociedad humana) en que no existen tradiciones ni reglas de vida (5,33-39); a través del amor y del servicio entra el discípulo en una relación con Dios (6,35; 10,21s), a quien puede llamar Padre (11,1-4); dirigiéndose a él con plena confianza (11,13; 12,6s.22-32; 18,7s).
Dos obstáculos hacen imposible esa relación con Dios: la conciencia pagada de sí misma (18,11s) y la riqueza, rival de Dios, y por tanto injusta (16,13), continua tentación que hace al hombre sordo a la voz de Dios (12,33; 16,14.19-31). Al discípulo se le exige la renuncia al dinero (12,31-34; 14,33; 16,1-13; 18,22); eso le dará la verdadera felicidad.
Característica de Lucas es su mayor insistencia en la oración de Jesús, que precede siempre a una decisión importante en su vida (3,21; 5,16; 6,12; 9,18.29; 11,1; 22,41; 23,34.46).
La fecha de composición de la obra de Lucas es dudosa. Ordinariamente se la considera posterior a la caída de Jerusalén, hacia el año 80 d.C. Sin embargo, no hay argumentos decisivos en favor de esta opinión; la fecha podría ser bastante anterior.
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